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Del 31 de mayo al 1 de junio de 2025, cerca de 60 personas —incluyendo wawas y familias enteras— nos dimos cita en un lugar sagrado: la Reserva Biológica Los Cedros, en el corazón del Chocó Andino ecuatoriano. Llegamos desde distintos rincones del territorio —Nanegal, Mindo, Los Bancos, Santo Domingo, Puerto Quito, entre otros— para reencontrarnos como red, como movimiento, como tejido vivo que busca nuevas formas de aprender, habitar y defender el territorio.

Este fue el Encuentro de la Red de Bosques Escuela de la Mancomunidad del Chocó, un espacio para compartir experiencias, fortalecer vínculos y reflexionar colectivamente sobre el rol de la educación ambiental como herramienta comunitaria para la defensa del territorio. Y no pudimos habernos reunido en un mejor lugar. Los Cedros es más que un bosque: es símbolo de resistencia, vida y esperanza. Un territorio que, tras una ardua lucha legal contra la minería, logró ser reconocido como reserva forestal y estación científica. Allí, donde la niebla abraza las montañas y el agua aún nace limpia, florecen miles de formas de vida. Y allí también floreció un ejercicio profundo de aprendizaje, conexión y organización comunitaria.

Aprender con el cuerpo, con el corazón y con el bosque

Desde el inicio, el encuentro nos invitó a entrar al bosque con humildad. Lo hicimos caminando, en silencio, con los sentidos despiertos. Saludamos a los árboles mayores, pedimos permiso a sus guardianes. Cada paso era un anclaje con la tierra, una conexión con nuestras raíces, un gesto de respeto por los otros seres —humanos y no humanos— que habitan y conviven en el bosque. La caminata fue también una metáfora: nos cuidamos mutuamente, como bandada, sin dejar a nadie atrás. En medio de hojas rojas y azules, entre orquídeas, nopales y cantos de aves, tejimos redes nuevas. Caminamos sintiéndonos parte de algo más grande: una comunidad de cuidado y búsqueda compartida.

Luego, con el bosque como escenario, nos encontramos a través de gestos, miradas, abrazos. Los Bosques Escuela nos proponen una educación que se siente y se piensa al mismo tiempo. Que invita a percibir la naturaleza no solo con los sentidos físicos, sino también desde las emociones, el cuerpo y la intuición. Una educación que brota del territorio y lo defiende desde el afecto, la vivencia y la comunidad.

Educación y resistencia: el caso inspirador de Los Cedros

Uno de los momentos más significativos fue escuchar a las compañeras que han acompañado la defensa de Los Cedros. Sentadas en el mismo suelo que ha sido defendido con amor, organización y perseverancia, conocimos la historia de esta reserva: la amenaza minera, la articulación comunitaria, las mingas, los recursos legales y las estrategias de comunicación que lograron frenar la destrucción.

Pero lo más revelador fue entender que la lucha no terminó con la victoria legal: continuó en el campo de la educación. Hoy, en Los Cedros, niñas, niños y jóvenes aprenden del bosque y con el bosque. Con creatividad, juego y sensibilidad, las compañeras han desarrollado una propuesta pedagógica que combina saber ecológico, arte y emoción. Nos invitaron a vivir una de sus clases: jugamos con ranas “superpoderosas”, clasificamos especies con fichas del IUCN, exploramos cajas sensoriales. El aprendizaje fluía, natural, alegre. Fue una clase viva, como el bosque mismo. Fue dulce y conmovedor disfrutar como infancias la experiencia de este material pedagógico.

Entre la diversidad de las pedagogías vivas de los territorios

La mañana del segundo día estuvo dedicada al intercambio de experiencias. En círculos de diálogo y actividades participativas, se compartieron prácticas educativas profundamente enraizadas en los territorios del Chocó Andino. Desde la protección del agua, la restauración ecológica hasta las prácticas agrícolas regenerativas, todas tenían un eje común: transformar la relación entre seres humanos y naturaleza desde la educación. También se definieron principios rectores de los Bosques Escuela, para fortalecer la red y encaminarla hacia objetivos comunes con enfoques afines.

Encabezaron este espacio iniciativas que caminan con fuerza entre la pedagogía viva y la restauración ecológica: Yakunina, Pambiliño, Chontaloma, Santa Lucía, Intillacta La Floreana y San Jorge. Muchas de ellas, además de ser territorios de aprendizaje y encuentro, también transitan un entendimiento profundo de sus bosques, articulándose con la Red Ecuatoriana de Forestería Análoga (REFA), desde donde se tejen principios comunes y prácticas regenerativas compartidas.

Cada experiencia, con su identidad y territorio, construye escuelas vivas, donde el aprendizaje no ocurre en aulas, sino entre árboles, ríos y huellas compartidas. Propuestas que, como la forestería análoga, no solo buscan conservar la biodiversidad, sino regenerar los vínculos entre las personas y su entorno.

Los bosques análogos también son bosques escuela

A lo largo del encuentro, emergió con claridad la conexión entre la forestería análoga y los bosques escuela. Ambas propuestas nacen de una observación cuidadosa de la naturaleza, de una voluntad restauradora —ecológica, social y espiritual— y de una pedagogía basada en la reciprocidad y la vida.

La forestería análoga, al proponer sistemas productivos que imitan la estructura y funcionalidad del bosque original, se convierte en una poderosa herramienta educativa. Y los bosques escuela, al poner al bosque como maestro, son espacios ideales para transmitir estos principios desde edades tempranas. Juntas, estas miradas construyen una cultura del cuidado, del arraigo territorial, de la defensa de la vida en todas sus formas.

¿Qué nos llevamos de este encuentro?

Nos llevamos preguntas abiertas y sueños compartidos. ¿Cómo seguir fortaleciendo la red? ¿Cómo multiplicar estas experiencias en otros territorios? ¿Cómo influir en políticas públicas desde estas pedagogías vivas? Pero más allá de las respuestas, nos llevamos un sentimiento poderoso: el bosque no solo se defiende con denuncias y documentos, también se defiende educando, sembrando, caminando juntos. Se defiende enseñando a sentirlo, escucharlo, quererlo. En Los Cedros, el bosque nos habló. Y nosotros, quienes habitamos los territorios del Chocó Andino, lo escuchamos.

Que esta escucha se vuelva acción.
Que estas semillas se vuelvan bosque.

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